Encuentros cercanos
Un
buen día llegó él de nuevo, con su ya muy conocida barba Don Juanezca y su
consabida pretensión de quien o rompe ni un plato, pero deja tu corazón herido
de por vida, mientras transcurría mi vida, de los quince a los veinticuatro,
tratando de lidiar con mi siempre compañera: la soledad, supe de buenas fuentes
que él ya tenía una relación estable y duradera, pero mi vida era tanto caos y
pena, que dejé de pensarlo y me dediqué a
superar aquello que me hace más débil y más fuerte a la vez: la muerte,
esa que ya era para mí un leiv motiv personal.
Estaba segura qué no volvería y volvió, solo entró con
un hola por delante y salió con mi virginidad entre las manos, ¿qué cómo fue?,
tan sencillo, él tenía ganas y yo rodeada de ese mundo de promiscuidad y engaño
me había hecho cada vez más indiferente a la efectividad amorosa y de pareja. Quería
experimentar el más profundo orgasmo, que mi anterior pareja no me supo
proporcionar, porque fue evidente que lo intentamos, pero al parecer no había
salido nada bien y yo estaba parada frente a él, pensando que ya estaba
desvirgada, cuando en el peor de los casos mi suerte era otra.
Quise aparentar un eco de superioridad y es que en
realidad así era, él ya no me asustaba ni causaba mayor impresión y yo era más
consciente, me centraba tanto en el placer personal que quería experimentar, que
cualquier solución fue en vano, nunca en mi vida había tenido tanta certeza,
quería hacer el amor con aquel vago de mala muerte que para estas fechas ya se
bañaba y por supuesto ya tenía trabajo. Aunque no lo amaba.
Al fin y al cabo, mi real primera vez fue con aquel
ingeniero indolente que hizo añicos mis ilusiones, el que me dejó con una mano
atrás y otra adelante en el amor. No aconteció lo inevitable con él, pero
estaba tan enamorada, que aunque me hubiera metido un plátano por el culo o no me
hubiera ni tocado yo lo hubiera disfrutado de la misma manera.
Conocí a aquel individuo en una fiesta y quedé
profundamente enamorada de él, tenía mi misma edad y era ingeniero en sistemas
computacionales, un nuevo amor se me avispaba por los ojos, su nombre era…
mejor ni recordar su nombre, prefiero ahora solo recordar que todo lo que él
hacía, por su afinidad matemática, implicaba un atrayente fugitivo en medio de
mi pobre intelectualidad humanística.
Me enamoré y me dejó como todos los otros amores que
sobrevinieron antes de él, quedé destrozada, pero debido a mi ya aprendida
experiencia con los hombres supe muy bien como dejarlo ir. El secreto, solo
respirar y no estancarte, llorar y llorar, después de superar la muerte, la
miseria y el dolor que deja tras la persona que amas cuando muere, ya tenía
aprendida la lección de vida, liberarte de las pérdidas económicas, sociales y
amorosas es un trago tantito amargo, que ahora saboreo algo rápido, solo me
dediqué a sacar mis labores profesionales.
En realidad, no importaba ya el recuerdo de aquel
ingeniero, Cristian ya estaba pronto hacerme olvidar por un rato todos aquellos
recuerdos, de pronto conmemoré que él había sido mi primer amor, el que
despertó mis primeros instintos, pero en aquel tiempo tenía tanto miedo de él y
de mí misma, que no se me ocurría otra cosa que acabaran así las cosas, sin
volvernos a hablar. Pero aquel día acontecieron las cosas de distinta forma.
Me encontraba en ese cuarto de hotel, cerró las
ventanas y comenzó a besarme el cuello,
yo comencé a moverme suavemente para provocarlo, pero él me lanzó vehemente
contra la cama, al quitarme la ropa me acariciaba y frotaba su ser contra el mío,
me mimó y beso hasta que pudo, se notaba exactamente a lo que había ido, pero
incluso así yo no me amedrente, quería tanto hacer lo que él pensaba, en ese
momento adiviné cada uno de sus pensamientos, como una mujer fatal me aferré a
su bragueta y lo amotiné lo más que pude.
Fue inevitable que llegáramos hasta donde él quería,
pero en ese momento, ¡oh oh¡, algo me pasó y grité, era evidente que me dolía
muchísimo, él se retiró y me miró expectante a los ojos, extrañado por aquel
dolor súbito que yo expresé en el rostro. Me preguntó si ya lo había hecho
antes y dije que sí, ocultando que en realidad no sabía qué había hecho antes con
mi ex pareja, porque con él jamás me dolió.
Sonreí fingidamente y proseguí con el juego.
Aconteció lo inevitable, él me ayudó con los dedos y me platicó cómo estaba yo
por dentro, funcionó como un encuentro de mí misma descrito por otra persona y
eso fue impresionante. La vivencia de quien lo palpa y quien lo experimenta es
distinta y es evidente que yo solo estaba expectante tratando de contener aquel
dolor que salía de mis entrañas y se propagaba por el espacio púbico de mi
última salida corporal.
Bebí un poco de wiski para contener el dolor y de
buenas a primeras le susurré que ya lo hiciera, creía que ya al haber abierto
eso orificio vaginal con los dedos el dolor que experimentaría posteriormente
ya no sería tan fuerte, como el que me provocó con la exploración táctil de su
dedo anular y medio.
Me recosté y esperé a que él se acomodara encima
mío, para que aconteciera lo que toda mujer experimenta a cualquier edad, yo
quizá algo tardío a los 24. Solo se fijó encima de mí y comenzó su labor,
mientras iba penetrando experimenté un dolor intenso que se iba propagando en
la parte baja de mi estómago, pero no podía retroceder el movimiento, me dije a
mi misma que aquel dolor tendría que saborearlo tarde o temprano.
Así que resolví quedarme quieta escuchando el tic
tac del reloj, contando los segundos para que esa profunda punción cesara,
conforme profundizaba experimente una especie de dolor agradable, sabía que
algo estaba perforando parte de mi piel por dentro, pero a los 240 segundos
comencé a sentirme aún más y más cómoda y caí por fin en esa afirmación
delirante que todos experimentan.
El dolor se combinó con satisfacción plena y ahora
deseaba que nunca saliera de mi ser, quería tener ese punzante garfio, que me
provocó expreso dolor, dentro de mí por siempre. En ese momento su miembro fue
a parar a lo más recóndito de mí de un solo golpe y grité, no fue un grito de
placer, fue de horror desafiante.
Recuperé el aliento, pero no del todo, antes de la
segunda función, ahora yo me suponía adicta al sexo y mi agradable donador me
miraba con ojos de impiedad, estaba exhausto, precisaba de recuperar fuerzas.
De edad yo era un tanto más vieja y no comprendía como un ser más joven podría
estar cansado después de esa agradable faena.
Retomamos nuestra lucha, le tomé la mano, no en
sentido romántico, más bien como una afirmación del poder que ahora yo
arremetía contra él, de pronto pregunté en qué estaba pensando y me dijo que en
futbol, jamás voy a comprender a los hombres, me sentí desvalorada, pero al
cabo de 10 minutos comprendí su gran astucia y le rogué que siguiera pensando
en futbol, solo en futbol.
Al final, me tomó en sus brazos con un dejo de
indiferencia mal lograda, porque en el fondo sabía que le importaba. Todo lo
que aconteció esa noche tenía su fundamento en años antiguos, en aquella época
era yo una mozuela y él un gañan del barrio de la Obregón, que por pura finta
me dejaba impresionar. Tan alto, guapo, con barba crecida a los quince años de
edad, tocaba la guitarra y por su puesto se creía el rockero fabuloso de la
banda.
Solo se sabía algunas canciones de Caifanes, Soda Stereo
y una que otra de Led Zepellin, con lo advertía su gran experiencia en el mundo
artístico a todo el que conocía, la que
siempre me dedicó fue aquella de Enanitos Verdes que dice algo como “Y yo estoy
aquí, borracho y loco y mi corazón idiota siempre brillará”, yo nunca supe
quien brillaba si el corazón que era idiota
o la idiota que se dejaba impresionar por su corazón brillante, o sea
yo.
En fin, en aquella época yo era tan estúpida, una
niña babosa que se deja impresionar por nimiedades, tanto que lo tuve en la cúspide
de mi pecho exaltado, un buen día nos peleamos por una tontería, aunque en
realidad creo yo propicié ese pequeño incidente, vivíamos lejos y al cabo de
grandes distancias el amor merma bastante.
Un buen día él vino a verme a mi casa y ese mismo
fin de semana yo lo prefería pasar en una casa en Cuernavaca que tenían mis
padres. Supuse que eso mermaría aún más nuestro amor, pero aun así tomé mis
maletas y hui con mi familia a la casa de campo, decisión errada que
posteriormente descubrí fue arremetida por el pánico de enfrentarme cara a cara
a él de nuevo y no creerme lo suficientemente bella como para que me siguiera queriendo,
cabe recordar que yo lo amaba profundamente y el amor de vez en cuando te
vuelve un acomplejado.
Pensé en él todo ese rato y al regresar me arrepentí
por no tener coraje por tener resolución de confesar mi amor por él a mis
padres, ya que en esa época para mi madre yo era aún pequeña para tener una
relación estable. Él se enojó y con mucha razón, aunque yo viví lamentándome
aquel suceso por unos tres años, más tarde llegaría la causa por la que pasé
llorando lastimeramente el resto de mi juventud: la muerte en aquel entonces de
mi novio.
Con la muerte de Leonardo sobrevino una terrible
crisis psicológica y mental, fue así como dejé de pensar en Cristian, salvo por
las furtivas canciones que de cuando en cuando se reproducían que quedaron de
aquellos queridos años de juventud en mi playlist.
Viví tratando de superar la muerte de Leonardo y así
como todos traté de pasar de la adolescencia a la muy entrada juventud y por
fin a la madurez, entre lamentos, lloriquerías y una buena dosis de madurez
mental a los 24 años. Él era tan pleno en cuanto a la sonrisa y siempre veía el
lado positivo a las cosas, jamás creí que fuera a morir y mucho menos en pleno
romance juvenil de los 18 años.
Su aspecto varonil me excitaba cada que lo veía
jugar basketball, era aficionado a ese juego y tras su partida lo único que me
dejó fue fotos y recuerdos de los partidos en los que siempre ganaba y yo lo
acompañaba, fue un amor fugitivo que apenas unos meses, aunque nuestro interminable
galanteo se prolongó a más de dos años, entre suplicas y rechazos yo acepté ser
su novia, cuando estuve completamente convencida de que para entonces él era mi
verdadero gran amor.
Después de su muerte me arrepentí tanto el haberlo
rechazado, porque en vez de disfrutar por poco tiempo su romance, su galantería
y su amable compañía, podría haberlo disfrutado por un lapso más prolongado. El
último mes de novios lo dejó marcado con una rosa roja tan pequeña y con un
oloroso dejo de muerte pasional, símbolo infatigable que aún marca mi corazón,
era evidente que él sabía que iba a morir y nunca me lo dijo. Por supuesto, ya
nada se pudo hacer, mi destino y el suyo ya estaban marcado por ese vacío
solitario entre la tierra y la nada.
En este
momento recuerdo todas aquellas vagas figuras, como una cinta reveladora de una
vieja cabina cinematográfica que pasa tan rápidamente en cinco minutos, como si
fuera el día de mi muerte. Todo esto se desencadenó después de tantos años, gracias
al reencuentro de un excelente libro, el cual me ha manifestado bastantes
cosas, el reencuentro con una cita reveladora “hay clausuras monótonas pero
reveladoras” me hizo voltear la mirada debido a esta serie inevitable de
imágenes concatenadas que acudieron a mi mente y no me dejaron proseguir con la
línea narrativa del texto.
Fue entonces cuando a través de la vitrina de ese lugar
cualquiera de un café cualquiera de una calle cualquiera de Coyoacán donde me
encontraba, de nuevo Cristian reapareció, a través de sus ojos recordé a quien fue
mi primer amor, mi gran ilusión y tarde de placer, ahora comprendo que hay
amores que se quedan ahí, parados en la vitrina al otro lado de la calle sin
saber qué hacer.
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