Pájaro de la muerte
He decidido
escribirte después de tanto llorar
Mis lágrimas son
hoy estos versos que mi tu ausencia nunca podrá borrar[…]
A Rodrigo con todo
mi cariño
Te encuentras en medio de todo aquello y no sabes qué hacer,
tu mundo ha cambiado de la noche a la mañana y simplemente no lo entiendes, te
encuentras parada enfrente de ese féretro gris, duro y tan frío como un bloque
de hielo, tu corazón se ha convertido en una piedra desde aquel segundo en el
que recibiste esa noticia.
Tú, parada, con el alma destrozada,
hecha pedazos, observas a través de aquellos vidrios como si fuese una pantalla
en la que no puedes penetrar; está él, tan frío, tan duro, así como está tú
corazón. Intentas gritar, correr, huir de esta realidad que es irreparable, mas,
te limitas a acariciar aquella caja infernal, como tratando de recuperar el
tiempo perdido.
Tú y él separados por aquel vidrio impenetrable.
Ya no queda nada de aquello que en un principio lo unió, pues él ya no está y
jamás estará. El dolor que está entre él y tú se quedará para siempre. Tu
cabeza da vueltas y crees que te vas a caer, en medio de toda esa multitud que viste
de negro como queriendo ocultar cada pedazo de sus almas, porque su partida
duele, él fue muy querido.
No quieres dar un espectáculo, así
que retrocedes, agachas la mirada y una lágrima cae de tu ojo derecho, roza tu
mejilla y se desliza por todo tu cuello hasta extinguirse, así como se extingue
cada latido de tu corazón y cada señal de alegría en tu sonrisa, la cual antes
te elogiaban por ser tan fresca y tranquila, ya no queda nada de lo anterior,
menos esa sonrisa que él te provocaba con cada uno de sus chistes y agradables
tratos.
Te diriges hacia aquel sillón de
cuero, frío, dónde te hundes y quisieras desaparecer, escuchas los alaridos
suaves y los suspiros llenos de dolor que de vez en cuando deja escapar alguno
de tus compañeros, pero estás segura que a absolutamente nadie le duele tanto
como a ti; excepto a su madre, que está afuera de la sala, junto con su hija;
ya no la escuchas llorar, pues aseguras que ella ya ha llorado suficiente,
aunque, seguramente en la soledad de su habitación llora más profundamente.
Tú la ves fuerte como tronco, no da
señales de dolor, pero sabes que en el fondo ella está destrozada, solo le da
ánimo su pequeña hija de tan solo 15 años, ¿cómo es que se sentirá una
chiquilla de 15 años cuando pierde a un hermano?, 15 años conviviendo; su
compañía de juegos y amoríos, su guía y su ejemplo ya no estará.
Tú ves a través de los cristales de
aquel cuarto vacío, la gente pasar con ropa negra y pañuelos en las manos,
aquellos que les sirven para secar las mucosidades y las lágrimas que salen a
borbotones de las cavidades de sus rostros, pero sigues hundida en ese sillón.
Lo que antes te parecía bello; los pájaros, el aire, el amor, la vida, ahora te
parece estúpido y sin sentido.
Intentas reponerte, pero no logras
hacerlo, decides levantarte de ese sillón y vas hacia dónde están tus papás
esperándote, les dices que quieres irte, porque necesitas una ducha, dormir un
poco y seguir llorando, pero en la soledad de tu cuarto.
Antes de irte de aquel lugar
lúgubre, donde dolor y muerte se respira, miras hacia atrás, ves todo borroso y
de pronto tu mirada se fija en el pizarrón donde escriben el nombre de los
difuntos que son velados en ese lugar, ves su nombre e intentas evadir el
primer pensamiento que pasa por tu cabeza, ¡él está muerto!, ciertas los ojos y
corres al lado de tus padres, quiénes son los únicos con lo que quieres estar.
Ya en tu cuarto, recostada en tu
cama, miras el techo blanco y poroso de tu recámara, intentas no pensar en
nada, pero los pensamientos se desbordan de tu mente como río de agua sucia, al
mismo tiempo que las lágrimas caen hacia los costados de tus mejillas. Bloqueas
cada recuerdo amoroso que tuviste de él, porque pensarlo duele, ¡duele mucho!
Logras dormir un poco, pero aún en
sueños tu cabeza te punza y te da vueltas. Sueñas todo lo que vivieron y el
dolor se hace más grande, de pronto te das cuenta qué ya despertaste y
preferirías seguir durmiendo, ya es de noche, cuando te asomas a la ventana ves
la luna y las estrellas centellando, piensas que allá debe de estar él.
Tomás agua de una botella que está
cerca de ti, saboreas el agua insípida, aunque también un aroma y sabor amargo,
comprendes que no es el agua, sino tu alma la que sabe de esa manera, te
vuelves a acostar y en ese momento tu madre entra a tu cuarto, te dice que
necesitas comer algo, pero tú no tienes hambre, no necesitas nada, le dices que
no quieres nada y vuelves a acostarte. Vuelves a dormir un poco y despiertas a
las 3:00 de la mañana, cuando tus demonios salen de su inframundo.
Quieres que te lleven con ellos, les
ruegas, porque seguir viviendo está doliendo demasiado. A las 8 de la mañana
despiertas, te bañas, posteriormente te vistes con una capa gris y una blusa
blanca, seguro todos vestirán de negro, pero a ti te parece muy hipócrita vestir
de esa manera, el verdadero luto lo llevas en el alma, te dices; sales sin
maquillaje y casi despeinada, porque, aunque quieres que él te vea bonita,
sabes que ya no te lo podrá decir.
Subes al auto, vas recorriendo las
calles con la mirada, pero es como si no estuvieras aquí, pues estás absorta
cada vez más en tus pensamientos; antes de llegar al velatorio, ves una mujer
que vende flores, le dices a tu padre que detenga el carro y te bajas a comprar
una rosa roja, pues en ese momento piensas que será a partir de hoy, para ti el
símbolo de su amor, ya que un año antes despreciaste una rosa de sus manos
junto con la solicitud de que fueras su novia.
Compras la rosa y subes de nuevo al
auto, al llegar al velatorio, te bajas; ya no lloras ni suspiras, parece que no
tienes alma, pues respiras involuntariamente con movimientos pausados y
entrecortados, con la mirada perdida, caminas por inercia hacia el camino que recorriste
el día anterior. El camino de la calle al cuarto funerario es estrecho, primero
te conduce a un gran patio, con arbustos de cada lado y posteriormente,
recorres el patio.
Sin pensarlo, escoges el cuarto en
el cual recuerdas que velaron a tu amigo el día anterior. Entras y alrededor de
la caja fúnebre están de pie todos tus compañeros, hay un pequeño espacio al
pie del féretro, es como si ese espacio te estuviera esperando a ti, solo a ti…
bajas la mirada y te posicionas a la orilla izquierda.
De pronto dicen que ya deben ir al
panteón, una nube negra borra tu pensamiento, no sabes lo que ocurre ni lo que
estás viviendo, pero cuando te das cuenta ya vas caminando rumbo hacia esa fosa
profunda y lúgubre, donde quedarán los restos de una de las personas más
importantes de tu vida.
Acaricias la rosa y la besas, como
si ella fuera los labios y las mejillas de la persona que acabas de perder.
Caminas con paso corto y tranquilo, pues algo dentro de ti te dice que si
llegas al lugar hacia dónde van será la última vez que lo verás, será lo último
que te quede de él, jamás podrás desenterrarlo y sientes que la vida que tenías
hasta ese momento se te escapa de las manos.
Llegas y miras el abismo que han
cavado los panteoneros, tratas de posicionarte en el mejor lugar que puedes, te
abres espacio entre la multitud, mas no puedes acercarte demasiado. Ves desde
un recoveco como bajan el féretro y lo ves desaparecer en medio de tu vida, su
vida, y tus 18 años.
Escuchas el crujido de la lámina
que es golpeada por las piedras y la tierra que caen en aquel metal gris; te
das cuenta de que estás llorando, tratando de evitar el alarido que tienes
atorado desde el fondo de tu ser y no has dejado que salga desde la tarde del
sábado, en la que te dieron la noticia.
Todo ha pasado tan deprisa y no
sabes en que momento dejaste que tu vida se escurriera de tus manos, no sabes
en que momento perdiste algo que valía muchísimo para ti, ahora te encuentras
acostada en una cama mirando el techo, sin decir ni una palabra ni generar
ninguna expresión, no te puedes explicar cómo es que las horas pasan tan lento
y tan rápido a la vez, te das cuenta que ya ha pasado más de un mes después de
la última vez que te despediste de él, recuerdas su última mirada, aquella que
se quedó clavada en un pensamiento. Te incorporas lentamente de tu aposento,
pues escuchas pelear a tus padres, sabes que el divorcio se aproxima y no
puedes hacer nada ante ello.
Te sientes completamente sola, pues
la única persona con la que te podías apoyar y contarle cómo te sientes ante el
divorcio de tus padres, ha muerto. Recuerdas que deberías estar estudiando para
el examen de ingreso a la universidad, pero no tienes ánimo de hacerlo. El
sueño de ser una gran lingüista se ha ido, junto con tus ganas de vivir. No
tienes ningún motivo por cuál seguir viviendo y cada noche le ruegas a Dios que
si alguna vez te quiso mande la muerte a recogerte.
El tiempo sigue pasando tan rápido
y tan lento y hoy, después de 30 años de haber perdido todo en un momento te
encuentras parada frente a esa tumba con espinas, platicas con él, te das
cuenta que sigues queriéndole como el primer día en el cual lo conociste en la
preparatoria y tú corazón latió al mil por hora cuando exclamó el primer -¡Hola!,
¿cómo te llamas?-, pero ya no puedes hacer nada porque se ha esfumado, así como
tu esperanza en la vida y tu esperanza en encontrar un gran amor.
Hoy solo esperas que la muerte te
abrace y te llene de amor, como aquel día él lo hizo, cuando tu te negaste a
amar a un desahuciado por miedo a quedarte sola tras su partida y ahora lloras
y lloras, restregando tus mejillas en el hielo del panteón frío y vil, gimes y
gritas, esperando a que por fin tu gran amor te venga a recoger entre sus
brazos.
Y escuchas el canto del pájaro de
la muerte, sientes el frío infernal de aquel invierno avasallador corriendo por
tus venas y te quedas quieta, esperando a que esa helada tierra te acoja por
fin entre sus garras, alguien viene, has
esperado por 30 años ese momento, te quedas quieta, esperando a que tu corazón
deje de aturdir tu cruel vida con el resonar de su último latido.
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